Guía de Broken Sword II: Las fuerzas del mal

La Casa de Oubier

Solución

Y, de nuevo otra vez en la dichosa París, volví a tener graves problemas. Había acompañado a Nico a la casa de un tal Dr. Oubier, quien le daría información. Yo, intentando no perder la calma por la manera de tratarme Nico en aquel momento, decidí acompañarla a ver si tenía más suerte después. Pero cuando llegamos, su mayordomo nos condujo a una sala donde él, y otra persona irreconocible, nos dejaron inconscientes. A mí me dejaron atado y con la casa ardiendo, sin contar con una dichosa tarántula a la que no le caía demasiado bien; a Nico se la llevaron.

Mi ingenio se agudizaba en los momentos de crisis, y éste no iba a ser una excepción. Me aproximé y fijé en que la estantería estaba apoyada sobre una cuña de madera, así que lo quité de una patada aplastando a la dichosa tarántula cuando cayó la estantería. Y pude, además, vislumbrar un soporte de metal con el que me liberé de mis cuerdas, algo apretadas.

Mi segundo problema era que la casa estaba ardiendo; vamos, casi nada para mí. Abrí rápidamente un cajón que contenía una vasija, la cual contenía a su vez una llave escondida. Después, abrí el escritorio encontrándome con una botella de tequila, de la cual bebí (estaba sediento con el calor que hacía dentro) hasta encontrarme un gusano. De paso, ya que me estaba quemando por ahí, me fijé en el retrato de Oubier y su esposa; ya sabía quien era ese canalla. El dardo del suelo debía ser recogido, así que lo hice; y por ese camino también registré el bolso de Nico, cogiendo un pintalabios, unas medias (realmente bonitos, más si las hubiera llevado puestas en ese momento) y una nota que leí inmediatamente. Bueno, como ya olía mucho a chamuscado por ahí, me hice con el sifón. Pero quise estamparlo contra la pared cuando me di cuenta de que no tenía gas, aunque no lo hice pues aún me podría servir. La cómoda aún no había sido registrada, y aunque estaba cerrada me ayudé del dardo para abrirla de un modo “explosivo”. Recogí el cartucho que quedaba con ayuda de las medias de Nico (por cierto, ¿son unas medias o... ?) y lo puse en el sifón. Por fin pude apagar el maldito fuego y salir de la sala al estilo policiaco.

Bajé las escaleras con la esperanza de ver allí a Nico forcejeando, pero no vi a nadie y para colmo las puertas estaban cerradas a cal y canto. Sin embargo, había un trozo de un periódico que comunicaba un eclipse solar visible desde Sudamérica. Cuando cogí el chiste que venía en la última página (muy bueno, por cierto), me di cuenta que ese era el lugar donde estaría Oubier, aunque no sabía el porqué. Cerca había un teléfono, con el que llamé al baboso de Lobineau (le había regalado las medias a Nico... oye, ¡esto son unas bragas!), citándonos en el café Mountfauçon. Supuse que él sabría algunos datos más acerca de lo que hacía Nico. Cuando abrí la puerta con la llave que tenía, salí pitando al dichoso café.

Al llegar al café, no había ni el menor rastro de Lobineau por ninguna parte (el mamón llegaba tarde). Así pues, y harto de andar, me senté en una mesa libre; y allí me di cuenta de que estaba el viejo policía de la otra vez que vine a París. Conversé con él hasta acabar cualquier tema de conversación, momento en que decidí pedir un café al camarero. Menudo cretino estaba hecho el camarero, al que tuve que insistirle dos veces para que me trajera mi dichoso café. Me fijé en la petaca y tomé el asqueroso café que el cretino del camarero me trajo. Pero cuando iba a ir a por la petaca, apareció por fin Lobineau. Me mostró una extraña piedra que le dejo Nico, por si había problemas. Tras hablarle de la vasija, me comentó que existía un lugar llamado la Galería Glease, lugar donde podría seguir investigando. Se fue lleno de terror Lobineau, así volví al asunto de la petaca. Tras hablarle sobre Nico y sobre mí, el guardia se puso a llorar dejando su petaca al alcance de mi mano, que nunca yerra el blanco.

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